Los viajeros solitarios suelen ver en los desiertos unas hojas grandes y alargadas, dispuestas en un círculo que promete una fuente de agua y descanso. Al llegar al lugar, apurado por la esperanza, se da cuenta de que en el centro formado por las hojas no se encuentra agua, sino un espacio de una oscuridad impenetrable, pese a estar bajo un sol abrasador. Entonces el viajero, desilusionado, se dispone a volver a su camino, pero se da cuenta de que no se mueve, que sus pasos lo dejan en el mismo lugar. Espantado, mira a su alrededor, y nota que lentamente se ve arrastrado al centro del círculo oscuro rodeado por las hojas. Al pasar por entre ellas, se da cuenta de que son húmedas y que se agitan con vivacidad; cuando pasa por entre ellas, pareciera que lo están lamiendo como si lo estuvieran saboreando. Comprende entonces que se encuentra completamente perdido, que se ha encontrado con una criatura que lo ha hecho caer en su trampa y se dispone a devorarlo. Nota que comienza a caer dentro del círculo; cierra sus ojos, a la espera de que el trance culmine lo antes posible. Luego de un rato que se le hace demasiado largo, abre los ojos y nota que sigue cayendo, pero de forma cada vez más lenta. Mira hacia el fondo de ese abismo oscuro, y en lugar de ver la boca que cree que lo va a devorar, ve un ojo gigante, oscuro pero claramente distinguible dentro de la oscuridad. Nota que la velocidad de la caída se hace cada vez más lenta, hasta tender de manera evidente hacia la quietud, hasta el encuentro infinitamente aplazado con el ojo gigante que lo observa, que aplaza su caída hasta devorarlo por completo con su mirada.