Se encuentra en su casa una noche cualquiera, haciendo una solitaria tarea cualquiera en su habitación. Una mosca comienza a molestarlo, la espanta, trata de aplastarla con un libro pero es demasiado rápida. Entonces nota que es de un color extrañamente dorado, que en lugar de esplendor evoca putrefacción. Entonces nota que comienzan a llegar más moscas de esas, cierra puertas y ventanas pero no puede evitar que lleguen más y más hasta formar una inquietante masa dorada que cubre las paredes. De pronto, como si se pusieran de acuerdo, se reúnen en el centro de la habitación, formando una masa densa y compacta. Inquieto pero curioso, se acerca a esa masa móvil y estática a contemplarla. Lo hace por un minuto, hasta que de pronto la masa se mueve y atraviesa su cuerpo, como si uno de ellos, o ambos, estuviera hecho de alguna materia etérea. La msa de moscas desaparece, así que retorna a su labor habitual. Nota que su mano ya no se encuentra ahí; materialmente está, pero la siente como si fuera en realidad el lápiz que sostiene. Le llama la atención esa impresión, pero sigue su labor. Luego nota que su brazo entero lo siente como el escritorio frente al que está, luego sus piernas como si fueran la silla en la que está sentado. Trata de pararse, pero su cuerpo ya no le responde. Su otro brazo lo siente en el estante junto al escritorio, su tronco lo siente entre su cama y un sofá que tiene en la esquina, la alfombra que cubre la habitación se convierte en una colección de sus órganos internos, corazón, pulmones e intestinos exhibidos frente a un público imaginario. Su cuerpo paralizado comienza a volverse de un dorado putrefacto que observa desde el candelabro en el techo, regalo de su familia que ha pasado de generación en generación.